María tiene 35 años. Se casó a los 29 cuando encontró un trabajo acorde con la formación universitaria que había recibido. Tuvo un hijo a los 31. Sigue trabajando porque su sueldo es necesario para sustentar la economía familiar y además le reporta una gran satisfacción personal. Lleva a su único hijo a la guardería y es difícil, a pesar de que le gustaría, que se decida a tener otro ya que su trabajo le impide dedicar todo el tiempo que quisiera a su familia. Su salario, ligeramente inferior al de su marido, es indispensable para pagar las letras del piso.
Este sería el prototipo de la mujer que va entrar en el siglo XXI; una mujer que ha logrado salir del gineceo y está adquiriendo cada vez más parcelas de poder, en una especie de rebeldía por los muchos años de sociedad patriarcal, en los que ha quedado relegada al ámbito doméstico.
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